domingo, 16 de noviembre de 2008

Capítulo 2


El cambio.
Una elfa regordeta corría por los pasillos blancos del palacio tan rápido como le dejaban sus centenarias piernas. Estaba exaltada y nerviosa, buscaba sin encontrar, hasta que llegó a un salón medio escondido. El gran palacio era como un laberinto, si no lo conocías realmente podrías estar dando vueltas y vueltas sin llegar a ningún sitio. Las habitaciones se disponían a lo largo de los inmensos pasillos, los cuales en algunos lugares, creaban recovecos e imposibilidades arquitectónicas de las que solo habían sido capaces de realizar los grandes arquitectos élficos del reino de Middol. Cuando logró encontrar a quien buscaba, hizo una reverencia rápida y se acercó a toda prisa.
-Mi reina, tenemos un pequeño problema.-, La reina Yána levantó la vista de sus labores, frunció el ceño y preguntó.
-¿Otra vez?-, -Valadil, ¿cuántas veces he dicho que no le quites la vista de encima?- aunque le estaba recriminando, la voz de la reina era cansada, suave y pausada.
-Lo siento señora. Tan solo fue un segundo y cuando volví a mirar, no sé cómo, había desaparecido. A veces pienso que tiene la habilidad de volverse invisible.-,
-Está bien Valadil, vallamos a buscarla.- Dejando los cestos y los hilos a un lado, se levantó del esbelto sillón, se alisó las faldas del vestido, y se dispuso con un suspiro a la búsqueda de casi todos los días. La reina y la sirvienta caminaban por uno de los pasillos del segundo piso, que daba al jardín trasero, y por cuyos ventanales la reina miró un instante y sin dudarlo podría afirmar que la mancha amarilla que había percibido subiendo a un árbol sería la princesa perdida. Salieron del palacio hacia el gran jardín volante. Se estaba formando un gran revuelo y algunos sirvientes y guardias se arremolinaban en torno a un árbol.
Estando ya entre ellos, al volverse los concurrentes y ver a la gran reina hicieron las reverencias pertinentes. Se acercó un caballero hasta ella y le dijo:
-Se ha vuelto a subir al árbol, porque dice haber encontrado un nido y ahora se ríe de nosotros diciendo que no bajará hasta que los polluelos salgan de los huevos.-,
-Gracias Tancol. Hablaré con ella.- La reina pensaba en lo infantil que resultaba la princesa
La reina se acercó hasta el árbol en cuestión, con paso lento, cansado. Apoyó su mano en el tronco del árbol y de repente todos escucharon unos sonidos agudos que pedían comida. De entre las frondosas ramas de la gran encina, aparecieron dos piernas enfundadas en medias blancas y sin zapatos. Y poco a poco una joven fue bajando por las ramas como si se tratara de una escalera fácil de bajar, hasta que llegó al suelo y se puso frente a la reina. La joven vestida de un tono amarillo pastel, llevaba dos trenzas a los lados de la cabeza, librando el rostro de forma que quedara a la vista aquellas facciones tan bellas, de una chica de su edad. Piel clara, ojos verdes y grandes, labios rojizos y carnosos y aquel cabello castaño tan largo. Quizá toda la belleza que denotaba, contrastaba en demasía con aquel atuendo infantil.
-La magia le quita la emoción a cualquier cosa.-,
-Llevo aguantando estas tonterías 15 años, ¿No crees que ya eres mayor Ingwe?-, la chiquilla la miraba divertida, le encantaba seguir siendo una niña y seguir subiéndose a los árboles.
–Ya sabes que te castigaré por tu imprudencia. Así que ve a tu estancia y en un rato estaré allí. —A Ingwe no le preocupaba lo más mínimo, le gustaba en el fondo aquellos momentos en los que podía compartir con su madre adoptiva, pues ciertamente, en cuanto dejó de ser una niña de verdad, ésta pareció alejarse de ella.
Al cabo de media hora la reina estaba delante de la puerta de la habitación de Ingwe, suspiraba mientras seguía agarrada al pomo sin querer todavía abrir la puerta. Pensaba en la mejor forma de comunicarle a la princesa lo que estaba a punto de pasar. Quizá solo debiera contárselo a medias, o era mejor no contarle la verdad, porque si le contaba las cosas a medias trataría de descubrirlo todo. Y si se lo decía podía no estar de acuerdo con los planes que se habían casi zanjado ya. La reina Yána, había vivido ya miles de años. Su vida había recorrido los caminos más angostos, pues no siempre fue la reina de aquel país, y los caminos más infelices, después de la gran guerra.
La reina ahora era viuda. El rey Anar, murió en batalla, al igual que sus dos hijos varones. Yána se consideraba la culpable, aunque nadie le echase la culpa de nada, jamás lo habrían hecho, para todo el mundo quedó claro, que el rey se había sacrificado para derrotar a la oscuridad, y que los príncipes habían sido dos pérdidas más. En los tiempos que corren, ningún ser mortal conoce la historia de los príncipes, puede que tan solo lo recuerden la reina y algún que otro elfo más anciano. La reina había profetizado una gran victoria en la batalla de sus hijos, y se había equivocado, cuestión por la que ya no confiaba en su don del todo. Y al Rey le dijo que la única manera de vencer al mal, era sacrificando el bien, por lo que murió. Por todos estos acontecimientos, no se fiaba de sus visiones.
La única a la que consideraba familia, era a la mortal Ingwe, pese a la diferencia de razas. La joven a la que acogió después de una gran visión apocalíptica. Estaba segura de haber hecho lo correcto llevándosela de los brazos muertos de su madre humana. No conocía quien era el padre, quien habría engendrado a la salvación o perdición con su estirpe. Pero estaba claro que no solo la Reina de Middol quería a la joven con ella.
Ingwe era la gran alegría del castillo, pese a todo, la reina no encontraba un momento de sosegada calma. Un inmortal no se daba cuenta de cómo vivían los humanos. Para Yána, la joven dama a su cargo, vivía el día a día con prisas y de un lado para otro, siempre con curiosidad y persistencia, pero ya estaba acostumbrándose a ese panorama, al fin y al cabo Ingwe era una niña mortal, que crecía y se desarrollaba a un ritmo anormal para los elfos, iba a morir, y necesitaba vivir plenamente mientras tanto.
La reina decidió pasar a la habitación, era la hora de que todo aquello cambiara para siempre.
Ingwe estaba echada sobre su cama, canturreando algo, la reina siempre la encontraba así cuando la iba a castigar.
-¿y bien mi reina?, ¿cuál es mi castigo esta vez?-,
-Te irás de este palacio.- La joven se incorporó despacio, y dijo:
-¿Cómo que me iré?, ¿a qué te refieres?- La reina suspiró y prosiguió, dándole mayor importancia a lo que le iba a decir a continuación.
-Vas a marcharte a otro reino, en el que cuidarán de ti por un tiempo, necesito tranquilidad y sosiego en esta casa, por lo menos durante unos meses, hija mía. Y Tú allí serás capaz de aprender por ti misma, de cambiar, entonces regresarás.-, La reina había preferido mentir, y decirle que solo necesitaba descansar de ella, a decirle la verdad. Ingwe creyó ver la realidad en ese momento. Yána estaba mayor como para ocuparse de una joven chiquilla alocada, y más teniendo en cuenta si no paraba de darle disgustos. Ingwe se abalanzó sobre la reina y la abrazó mientras le decía:
-Yána, por favor, no lo haré más. Lo siento mucho, pero no me mandes lejos de ti. No conozco más tierras que las que rodean este castillo, jamás he pisado la tierra de otro pueblo, ni más allá de estos muros. No me mandes lejos. Sin ti me moriría.- La reina sintió ablandarse su corazón mas ya había tomado la decisión, y además ese era otro comportamiento infantil.
–Te irás al castillo del rey Vanwa y su esposa Salmar, allí convivirás con ellos, hasta que hayas crecido lo suficiente como para poder regresar,- Ingwe se separó de la reina y se puso de pie
-¿Porqué este castigo? ¿Tan grave es subirse a un árbol? No lo entiendo, me recogiste cuando acababa de nacer, le dijiste a mi madre que cuidarías de mi siempre, y ahora me dejas de lado, me abandonas, ¡me echas de tu castillo como si fuera una basura!- Había empezado poco a poco a levantar la voz hasta casi gritar, aunque a la reina y su oído élfico no le hubiese hecho falta la subida del tono, es más con la simple percepción de la primera palabra, ya notaba el estado de exaltación en el que se encontraba Ingwe.
-No te estoy echando de mi casa. Eres una hija para mí. Lo único que pido es un respiro a tus travesuras infantiles. ¿Cuántas veces te he pedido que no volvieses a escaparte? No es por subirte a un árbol, no es por querer quedarte allí, ni por esconderte en las cuadras porque querías ver a los potrillos, ni nada de eso. Es por no saber durante algunos instantes donde te habías metido. Tú no lo entiendes, tu vida es demasiado importante, y hay muchas personas que querrían hacerte daño, mucha gente haría lo que fuera para provocar una guerra, solo necesitan saber que estás viva, y muchos reinos podrían fracasar en el intento de mantenerte a salvo.- Ingwe estaba estupefacta No sabía que decir, ni si hablar iba a servir de algo. La reina siempre le había tratado con dulzura, jamás la había castigado de una forma semejante, ni había sido fría nunca con sus palabras. Ingwe supuso que así se sentían las demás jóvenes cuando les pasaba eso mismo, luego rectificó sus pensamientos. No, los demás no tenían tiempo de jugar, ella era privilegiada, nació pobre y se crió en un castillo con sirvientes, realmente se había portado muy mal. Y luego estaba es gran cuestión, de la que jamás le hablaban. Esa por la que no podía salir a jugar sola, ni pasear sola, ni estar un solo instante sola, y jamás sabía el porqué.
–Partirás por la mañana, llevarás una carta que deberás entregar a Vanwa y sólo a él. Ahora descansa y prepara tus vestidos para el viaje, será largo.-. Se marchó la reina de la habitación dejando sin habla a la joven que había a los pies de la cama.

1 comentario:

Alfredo M. Pacheco dijo...

Una elfa regordeta? Eso puede ser?